La obra de Vincent van Gogh (1853 - 1890), pintor postimpresionista neerlandés, está impregnada de una belleza emotiva y se caracteriza por el uso de colores llamativos. Pintaba de manera desenfrenada, con pinceladas caóticas y libres, y llegó a producir más de 2.000 obras en tan solo una década. En los años previos a su trágico suicidio, van Gogh vivió en el sur de Francia y fue hospitalizado en varias ocasiones por los trastornos mentales que padecía. Aquí fue donde creó sus obras más célebres: La noche estrellada y Los girasoles, entre otras. Prácticamente desconocido en vida, su cuñada publicó sus cartas de manera póstuma, hecho que despertó la fascinación del público por su obra.

Gustav Klimt (1862 - 1918) fue un pintor simbolista austríaco y uno de los representantes más destacados del movimiento modernista de la Secesión de Viena. Aunque inició su carrera como pintor de interiores, debe su fama a sus retratos y a las representaciones del cuerpo de la mujer, rebosantes de sensualidad. Entre las fuentes de inspiración de Klimt encontramos el arte bizantino, el trabajo del metal de la civilización micénica, las miniaturas y las alfombras persas, los mosaicos de Rávena y las pantallas japonesas. Destacar además su uso del pan de oro para iluminar muchas de sus obras más conocidas. 

Henri Rousseau (1844 - 1910), pintor postimpresionista francés, es conocido por sus escenas exóticas y fantásticas pobladas de animales salvajes y figuras ingenuas. También fue conocido por el sobrenombre de «Le Douanier» (el aduanero) en referencia a su trabajo en el servicio de aduanas. Artista autodidacta, Rousseau se inspiró en los géneros tradicionales del retrato y el paisaje, pero con un enfoque distintivo y experimental. Aunque inicialmente su talento artístico fue subestimado, la obra de Rousseau influyó de manera notable en artistas de generaciones posteriores, como Pablo Picasso, Robert Delaunay y los pintores surrealistas.